Víctima de la violencia de género, no pudo evitar el llanto al contarme como el padre de sus hijos la golpeaba. “Soy sola” me dijo, “no tengo nadie aquí, nosotros somos de Matehuala, mis hijos son carpinteros, pero como están aquí adentro tuvimos que vender todo”. Me contó que vive en un barrio de asentamientos irregulares y casitas de lámina y madera que yo conozco, sobrevive de barrer el frente de casas ajenas, juntar cartón y botes de lámina que vende y por el que le dan apenas para lo indispensable.
Al charlar con ella y con otra señora un poco mas joven, que también tiene a su hijo interno, me contaban del vía crucis por el que han tenido que pasar enfrentando tales circunstancias. Su condición humilde y poca o nula preparación académica las convierte en presa fácil de los pseudos-abogados, del abuso de autoridad y de la discriminación. Al preguntarles como habían pasado el trago del reciente motín sucedido semanas antes, no se atrevieron a contarme mucho, solo las horas de angustia que pasaron sin tener noticias de sus hijos, y de como un grupo internos -a decir de ellas- que forman parte de uno de los grupos de delincuencia organizada muy famoso en los últimos años en el país, tienen controlado el poder dentro del Penal y cobran tarifas al resto de los internos por todos y cada uno de los “beneficios” que puedan tener, entre ellos, la visita de sus familiares.
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